Estos últimos días se ha hecho oficial la retirada del mercado del dispositivo móvil Samsung Galaxy Note 7. El teléfono había presentado riesgo de quemaduras y explosiones en varios modelos, por lo que se había paralizado su comercialización mientras se investigaba las posibles causas de estos incidentes, aparentemente relacionados con las baterías.

Tras varios estudios pormenorizados del problema, así como el hallazgo de nuevos obstáculos en su fabricación, la empresa realizó un comunicado oficial por el que descatalogaba el producto y cesaba de forma definitiva tanto su comercialización como su fabricación.

Los efectos sobre la inversión que Samsung había logrado en 2016, hasta el punto de haber arrebatado a Apple el liderazgo en el sector de la telefonía móvil, se han podido sentir directamente en Bolsa, donde sus acciones han caído hasta un 8%, lo que supone una caída en la capitalización bursátil de 18.000 millones de euros.

En términos de beneficios trimestrales, la caída llegará casi a los 5.000 millones de euros en esta situación y Samsung se verá seriamente dañada para mantener su hegemonía en el sector de cara a la futura campaña de Navidades, donde no podrá directamente competir con un modelo phablet sostenible.

La liquidez y consolidación de la empresa como un gigante tecnológico, así como la rápida y contundente respuesta ante una crisis de esta envergadura, es lo único que motiva a los inversores a creer en que la compañía aguantará el tirón y conseguirá recuperarse incluso antes de 2018.

Independientemente de los movimientos entre directivos que este caso pudiera afectar en las próximas juntas de accionistas, Samsung confía en el potencial de sus modelos S7 y S7 Edge (en la imagen) para los próximos meses. Como siempre, las cifras de inversión consumista serán las que ratifiquen o desacrediten esta confianza.